Y aun estas ahí, sonriendo, en el asiento de tu auto azul comiendo empanadas argentinas y bebiendo cerveza. No fue mucho tiempo, lo suficiente para hacerme desear borrar todo mi pasado y mi futuro, entregarte el manuscrito de mi vida, el script que me indicaba qué hacer en cada escena mucho antes de que el director iniciara secuencia. El escenario era perfecto, las intenciones extremadamente crueles. ¿A quien diablos le importa lo que sucede en un ibiza del año en un paseo con palmeras y reflectores? Y paseábamos sin que sucediera nada. Yo estaba seguro que en algún momento sucedería, ahora sé que tú también pensabas que algun día se rompería la linea. El corazón del año, julio o agosto, no recuerdo bien. Aquellos días eran días de coctéles salvajes de lexotan y tafiles que sin querer mezclaban sus colores con los de alguna cerveza o algún vaso de vodka. No fueron muchas veces, las suficientes para destruir el soporte que me ayudaba a seguir viviendo. A veces te quitabas tus gafas gucci en el camino y me decias que me las probara: no me quedaban ni la mitad de bien que a ti. Todo era un desfile de derroches y celebraciones por algo que ni siquiera habíamos obtenido nosotros: los jeans diesel de la temporada africana, las playeras moschino con aplicaciones de metal, los zapatos de zara por montones, las sudaderas energie, las decenas de bolsas parasuco... nada de eso tenía ningún sentido, ni los discos ni las comidas en lugares trendy o las noches que pasaban lentas en los bares glam alternativos. Nada de eso tenía sentido
Ahora nada tiene sentido.
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